miércoles, 25 de febrero de 2009

como esos sueños que te contaminan el día siguiente, anoche paplpité una situación que me sigue rondando la cabeza.

fue en la terraza de mi casa, casi casi de día, en ese momento en el que todavía es denoche pero una noche vieja, tan vieja que casi es nuevo día. charlábamos, echados, de cosas sensillas, de cosas que no costaban trabajo discutir. teníamos los cuerpos cansados y amarillentos de humo.
los doors revivían como un susurro desde mi cuarto, confundible con el murmullo de alguna casa vecina.
todo estaba tranquilo, cómodamente conocido.
entonces, esa irrupción violenta que no encajaba con mis posibilidades. reaccioné como si siempre las cosas se resolvieran redondas para mi, como si realmente pensara que ese tipo de situaciones a uno no le pasan.
entonces la decaída, entonces uno de nosotros no se sentía bien. buscamos con la vista algún lugar cercano, más cercano que el baño, para que pudiera despojarse de las podredumbres tibias con olor rancio. no encontramos otro mejor que el piso, pero tampoco importó, no salía ningún vómito de ese cuerpo casi cadavérico que no respondía a nada más que al miedo.
entonces los sudores de todos ahí. sudores diferentes y en cantidades alarmantes. temblores aún peores y derepente un silencio turbio.
algunas preguntas, palabras de aliento, órdenes mansas se transformaron en quietud y no encontraron ninguna respuesta. eso me alarmó más.
intenté escaparme un poco de esa increíble somniolencia, de ese vaivén de posibilidades que me apretaban la cabeza, el corazón temeroso. buscaba, y no encontraba, algún balde. quizás no lo buscaba tanto como un poco de tranquilidad. pero nada, ni el balde ni la tranquilidad se escondían en los tantos recobecos de mi casa.
entonces la leche, la leche rancia, la leche cerrada larga vida.
LARGA VIDA



todo pareció sentarse a descanzar en los sillones verdes, respirando pausadamente.
el silencio seguía nadando entre nosotros pero ya no latía.
el cielo, siempre centro de nuestra atención, esta vez un poco más celeste. confundible. podían ser tanto las tres como las cinco, seis.
eran las cinco y media.
volvimos a los temas cómodos, a los temas distendidos, pero en el fondo seguíamos perturbados por el límite peligroso que habíamos pasado. nos preguntábamos si eso había terminado, o cuándo iba a terminar, o cómo iba a terminar.
o bien no spreguntábamos qué hubiera pasado si pasar el límite esta vez no nos hubiera dado otra chance y realmente el límite se hubiera pasado para nunca más volver a existir. ya no más límites, quizás, ya no más nada.

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