Damiana nunca pudo encontrar al hombre ideal. y no por falta de búsqueda. podríamos atribuirle este hecho a la mala suerte o a la falta de intuición que le impedía estar en el lugar adecuado en el momento justo. Al contrario de como era de esperarse, Damiana no perdió jamás las esperanzas. no descreyó de los hombres y pensó que quizás el problema era que el hombre ideal todavía no había nacido. A veces caía en las mayores depresiones pensando en que podía nacer del otro lado del mundo y ella jamás lo encontraría.
Tenía muchos pretendientes. Era una mujer masiza, de cáscara color aceituna, curtida por la sal del mar y el azúcar del sol; su pelo pintaba de negro chino sus hombros y espalda y sus manos podían estrujar, con un esfuerzo pequeño, un pájaro de cualquier edad.tenía una vida social plena. su trabajo la traía de acá para allá deslizándose entre intelectuales de todo tipo, especializados en toda clase de cosas y hasta rockeros de rasgos tajantes y ardor en las venas. y entre todos los que se había fijado y le habían correspondido, ninguno duró más de tres meses entre sus brazos. al principio los lloraba con devoción . con el tiempo fue aprendiendo que no valía la pena y que había pasado, una vez más, lo mismo de siempre. en síntesis, se había acostumbrado.
en los peores tiempos ella sospechaba que el problema lo tenía ella, que los hombres eran todos diferentemente buenos y ella no lograba adaptar sus engranajes a los de ninguno. era una posibilidad. pero se sentía lo suficientemente normal como para que existiera alguno de su talla.
los años más exuberantes pasaron hasta que llegó el día en que Damiana empezó a preocuparse de la decadencia de sus hormonas, de la llegada del fin de la fresca juventud. podía morir sin un marido anciano con quién roncar, pero no sin un hijo. Asi que a partir de entonces la búsqueda de un hombre, ya no tan ideal sino más bien con amplios atributos físicos, fue más desesperadamente exhaustiva.
Gerónimo. así se llamó el padre de su hijo. y como era de esperarse dos meses después, y sin decepcionar a nadie, Gerónimo y Damiana no tenían ya más lunares que contarse y decidieron cortar por lo sano.
Damiana tenía un bombo que latía. redondo y brillante como la cabeza de un gigante pelado. y ocho meses después se encontró amamantando de nuevo a un hombre. nada más que esta vez sería ideal y suyo.
lo mandó a adiestrarse a escuelas del estado en donde usaban todos delantales blancos, comían manzanas nacionales y jugaban guerras de tiza y baba. le inculcó el placer de la curiosidad, de la radio, los libros, y los masajes. lo hizo un muchacho brillante que la admiraba profundamente. ella se encargó de formarlo como su ideal había trazado en su mente al género y se mostró, desde el comienzo, como una compañera que le enseñaba de la vida y no como su madre. Gerónimo II ya había abierto sus poros del mentón para dar lugar a una barba caudalosa y brillante cuando su instintiva curiosidad aprendida se había trasladado a lo secreto de las polleras diminutas de Damiana. durante la noche la sudaba en secreto, durante el día jugaban a la guerra de sutiles insinuaciones acaloradas, y al llegar la noche la volvía a sudar. ella también lo sudaba pero la experiencia la había hecho perseverante y de vez en cuando lograba dormir. hasta que una noche, sin ningún augurio previo, Gerónimo II emboscó su cama. esos asaltos se transformaron en costumbre y cada vez que la noche estaba despejada se revolcaban de un rincón de la habitación al otro entre sangre, saliva y risas. se sintieron cada vez más cómodos enredados en el algodón del amor, desinteresados del qué dirán y convencidos de lo que se decían.
- casémos. le propuso Gerónimo una tarde.
- no podemos. la iglesia no lo permitiría.
- casémonos por civil.
y así fue como Damiana encontró y se casó con su hombre ideal.
en los peores tiempos ella sospechaba que el problema lo tenía ella, que los hombres eran todos diferentemente buenos y ella no lograba adaptar sus engranajes a los de ninguno. era una posibilidad. pero se sentía lo suficientemente normal como para que existiera alguno de su talla.
los años más exuberantes pasaron hasta que llegó el día en que Damiana empezó a preocuparse de la decadencia de sus hormonas, de la llegada del fin de la fresca juventud. podía morir sin un marido anciano con quién roncar, pero no sin un hijo. Asi que a partir de entonces la búsqueda de un hombre, ya no tan ideal sino más bien con amplios atributos físicos, fue más desesperadamente exhaustiva.
Gerónimo. así se llamó el padre de su hijo. y como era de esperarse dos meses después, y sin decepcionar a nadie, Gerónimo y Damiana no tenían ya más lunares que contarse y decidieron cortar por lo sano.
Damiana tenía un bombo que latía. redondo y brillante como la cabeza de un gigante pelado. y ocho meses después se encontró amamantando de nuevo a un hombre. nada más que esta vez sería ideal y suyo.
lo mandó a adiestrarse a escuelas del estado en donde usaban todos delantales blancos, comían manzanas nacionales y jugaban guerras de tiza y baba. le inculcó el placer de la curiosidad, de la radio, los libros, y los masajes. lo hizo un muchacho brillante que la admiraba profundamente. ella se encargó de formarlo como su ideal había trazado en su mente al género y se mostró, desde el comienzo, como una compañera que le enseñaba de la vida y no como su madre. Gerónimo II ya había abierto sus poros del mentón para dar lugar a una barba caudalosa y brillante cuando su instintiva curiosidad aprendida se había trasladado a lo secreto de las polleras diminutas de Damiana. durante la noche la sudaba en secreto, durante el día jugaban a la guerra de sutiles insinuaciones acaloradas, y al llegar la noche la volvía a sudar. ella también lo sudaba pero la experiencia la había hecho perseverante y de vez en cuando lograba dormir. hasta que una noche, sin ningún augurio previo, Gerónimo II emboscó su cama. esos asaltos se transformaron en costumbre y cada vez que la noche estaba despejada se revolcaban de un rincón de la habitación al otro entre sangre, saliva y risas. se sintieron cada vez más cómodos enredados en el algodón del amor, desinteresados del qué dirán y convencidos de lo que se decían.
- casémos. le propuso Gerónimo una tarde.
- no podemos. la iglesia no lo permitiría.
- casémonos por civil.
y así fue como Damiana encontró y se casó con su hombre ideal.
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